Hoy tal vez nadie pronunciaría la vieja promesa “contigo pan y cebolla” y es más que probable que muy pocos hayan escuchado aquellos finales de muchas ficciones que anunciaban: “y vivieron felices y comieron perdices”. La ventura asociada al estómago lleno, a la saciedad alimentaria, ya no funciona como metáfora del amor eterno y menos aún el juramento que conlleva la primera frase citada o su variante Beatle: “lo único que necesitas es amor”. ¿Quién estaría dispuesto hoy a esas restricciones? ¿Sólo pan en la época del reinado del delivery y los restaurantes étnicos, temáticos, etcétera, etcétera? ¿Cebolla que tan mal aliento provoca? Ni soñando. ¿Lo único es el amor? ¡Qué tontería romántica! ¿Cuál es uno de los bienes que más escasea en nuestros días? ¿El agua? ¿El petróleo? ¿El honor? ¿La virtud? No, es el tiempo. Tanto escasea que muchos sólo se comunican virtualmente porque eligen pasar el tiempo encadenados a cualquier pantalla. Así sostienen la ilusión de conectarse con otros y mientras tanto se alivian del encuentro cuerpo a cuerpo con quien muchas veces está al lado; en la mesa del bar, en la cama, en el boliche o en el escritorio.
Cada vez que alguien teclea o lee la onomatopeya ja ja (ver al respecto una magistral secuencia de la película “Peter Capusotto y sus tres dimensiones”) pierde la riqueza, la variedad y la sonoridad que tienen las carcajadas y también ese estremecimiento más sutil o más visceral que recorre los cuerpos al reír. Luis Alberto Spinetta escribió “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor” y acuerdo con él, no se trata de instalar la nostalgia como refugio, porque no es más que tristeza disfrazada de impotencia o impotencia disfrazada de tristeza.
El sufrimiento cuando aparece en la cotidianeidad de la vida de las parejas o de las familias contemporáneas irrumpe y se instala a pesar de y también por las expectativas de un empuje al goce que tarde o temprano fracasa y muestra entonces como reverso: la depresión o el desencanto. Frente al anhelo de satisfacción garantizada que el ronroneo de la publicidad propone, el psicoanálisis se ocupa de los detalles, las sorpresas, los hallazgos que ponen de manifiesto lo singular y único del deseo. Cuando recibimos demandas de tratamientos de parejas y de familias será necesario ubicar cuál es la responsabilidad de cada quien en el sufrimiento, malestar o queja que los agobia. No es verdad que “dos hacen uno”, no hay encastre perfecto entre hombres y mujeres, siempre habrá malentendidos.
Tampoco es cierto que “no hay nada más lindo que la familia unida” porque sin saberlo o sin atreverse a pensarlo o pronunciarlo los seres hablantes están más cerca de la célebre afirmación de André Guide: “¡Familias, yo las odio!”. Entonces más allá de los clisés, de las frases hechas y de los señuelos de la civilización se trata de recuperar el valor de la palabra como herramienta que, al introducir el malentendido, permitirá escribir otra historia, para empezar a vivir otra historia y por eso será necesario recordar y construir el lugar en la familia de origen, lo que es casi como decir: el lugar en el mundo, para poder re-construirlo y re-inventarlo para desviarse de esos caminos facilitados y tantas veces transitados que conducen a tropezar siempre con la misma piedra.
Por Elsa Maluenda
Docente Causa Clínica