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La Transmisión de lo real en la Supervisión Clínica(*)

Una afirmación fuerte para comenzar, se podría decir un axioma: Un analista surge de su propio análisis; eso es necesario pero no suficiente afirma Lacan en La Nota a los Italianos de 1974.

El principio freudiano del trípode  para la formación es retomado por Lacan y observado por el conjunto de las sucesivas agrupaciones  psicoanalíticas.  Sea cual sea la tribu o parroquia de que se trate, en todas se sostiene la triple repartición de la formación; la diferencia estriba en  la modalidad de su implementación, sostenida en fundamentaciones lógicas diferentes. Análisis personal, teoría (trabajo epistémico sobre la doctrina) y control/supervisión.

La fórmula tripartita me interesa enlazarla con las tres tareas imposibles que también Freud señaló: analizar, educar y gobernar. A estos imposibles freudianos J. Lacan les hace corresponder tres formas discursivas: el discurso del analista, el discurso universitario y el discurso del amo. Este enlace entre la formación y lo imposible nos indica que si pretendemos analizar, enseñar o controlar sin resto, estaremos ante una tarea imposible. Por esta vía entramos en relación a uno de los términos contenidos en el título de la mesa: “lo real” uno de cuyos nombres es lo imposible. Lo que causa la demanda de supervisión es ese real en juego en la experiencia.

Eric Laurent en su artículo “El buen uso de la supervisión”  señala que Lacan en 1975 en las conferencias de EEUU reconoce una dimensión original del decir en la supervisión ligada al real en juego en la experiencia. Cita a Lacan: «No sé por qué se llama a eso supervisión. Es una super-audición. Quiero decir que es muy sorprendente que se pueda, escuchando lo que les relata un practicante –sorprendente que a través de aquello que él les dice se pueda tener una representación de aquel que está en análisis […] Es un nueva dimensión». Eric Laurent concluye que no lo toma por una conquista evidente, pero lo constata como sorprendente.

Lacan en el Discurso de la Escuela Freudiana de París refiere: “Yo, a menudo, en mis controles -o al menos al comienzo- más bien aliento a que siga su propio movimiento. No pienso que sea sin razón....que alguien venga a contarle algo en nombre simplemente (...) de que le han dicho que era un analista”. Ubico  una posible  alusión a lo real en juego cuando refiere “aliento a que siga su propio movimiento”; que lo real haga su trabajo?

En la formación del analista; qué es ese resto, ese real que lo simbólico no alcanza a recubrir? Qué es  lo que no cesa de no inscribirse? Allí se ubica el SER del analista; no sabemos qué es un analista;  no hay garantía de la consecuencia de su acto, no hay Otro del Otro en el que pueda autorizarse, no hay significante del analista; hay la falta que también es falta en saber y la escribimos S(/A). Es por todo esto que el control se impone; se impone  sin necesidad de que sea impuesto, en función de los efectos que  la práctica produce sobre el practicante.

Testimonio de ello es que el control nació casi al mismo tiempo que la práctica del psicoanálisis sin haber mediado ninguna imposición; Freud le escribía sobre  sus casos a Fliess; Stekel, su discípulo, le pidió al maestro conversar sobre su clínica; rápidamente surgieron las reuniones de los miércoles en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y allí se discutían las alternativas de los  tratamientos en curso. Es porque la posición del analista es insostenible, que el control se impone, intentando asegurar que hay psicoanalista y no desde una vertiente superyoica sino responsable y ética.
Al respecto en la Nota Adjunta del Acto de Fundación de la Escuela Freudiana de París en el 64, Lacan afirma: “está en juego una responsabilidad que la realidad impone al sujeto, cuando es practicante, asumirla por cuenta y riesgo”.

Es interesante retomar después de estas consideraciones la famosa expresión de Lacan: “El analista se autoriza de sí mismo”, ubicándola en correlación con lo dicho: no hay en qué ni en quién autorizarse; lo que sí hay, es la posibilidad de la formación en relación al trípode mencionado.

La  escritura del discurso analítico indica verificar en el control la posición del analista;  su ser de dispositivo que se soporta en el semblante del objeto a. Por más que se trate de un caso, lo que está por verificarse es la posición del analista. Eric Laurent en el artículo “Su control y el nuestro” señala: “Ser cualquier cosa para cualquier sujeto  podría ser una definición del semblante del objeto a”. También refiere que  es necesario poder constatar a través del relato, que en su acto el analista  permite que el saber inconsciente se coloque en posición de verdad; se trata de que no obstaculice el trabajo analizante para que el psicoanálisis avance.
Si al decir de Lacan el analista es al menos dos, el que está inmerso en la transferencia y el que teoriza esa experiencia, la tarea del control queda situada en ese  segundo tiempo en el cual intentará producir una elaboración de saber respecto de los fundamentos que animan su práctica. Al control se va en busca de un saber que produzca alivio, pero para el peso del acto no hay alivio posible.

Al analista al que se le dirige la demanda no es cualquiera; es alguien a quien se le supone un saber y una ética. Sin ninguna duda hay resortes comunes entre el control y el análisis que es didáctico y por lo tanto se entrecruzan en sus efectos.  El supervisor también está regido por las condiciones del discurso analítico sin que entre en  funcionamiento el par  asociación libre–interpretación, ya que –como dijimos- se trata de un trabajo efectuado por medio del caso que el practicante presenta. Según el discurso  que tenga preeminencia en la respuesta que le es demandada, se producirán  distintos efectos. Si  como resultado se “ve el caso” sin tener en cuenta las subjetividades en juego, se opera allí la inconveniente preeminencia del discurso del amo;  puede darse también el deslizamiento hacia el discurso universitario  al adoptar una posición de saber casi  profética sobre el caso. Estos dos modos de respuesta sostienen la ilusión que el supervisor, sería la medida del saber que se le supone; no es de esta manera como se puede avanzar. Si se da la posibilidad  de responder con la incitación al practicante a producir una elaboración de los indicadores del caso en los que podría apoyarse  y maniobrar en la  dirección de la cura, se produce una  torsión de la demanda. En esta opción quien supervisa queda ubicado como sujeto dividido, trabajando con  lo que se pone en juego del saber inconsciente en esa cura, las alternativas transferenciales y los efectos de su decir en tanto sus palabras hayan tomado o no, el estatuto de interpretación.  Aun así, con todo este trabajo en el dispositivo,  la división que opera en él no debe ser suturada; la ignorancia debe seguir animando su posición que no lo emparenta con un “no quiero saber nada”, sino que lo deja en referencia al deseo de saber.

Pero hay dos etapas; Lacan así lo afirma tanto en la cita referida anteriormente donde ubica que él al principio, en el control alienta el movimiento, como en  el Seminario XXIII, cuando dice: "Suele ocurrir que me dé el lujo de controlar, como se lo llama, a cierto número de personas que, según mi fórmula, se han autorizado ellas mismas a ser analistas. Hay dos etapas. Está ésa en la que son como el rinoceronte, hacen poco más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre. Efectivamente, ellos siempre tienen razón. La segunda etapa consiste en jugar con ese equívoco que podría liberar el síntoma (...)"

Estos dos tiempos nos indican que no en todos los casos, el control pasa la prueba de una transmisión  del punto de real que el  caso comporta. Según el grado de consecuencia que haya  alcanzado para el practicante su análisis personal, quedará ubicado en un tiempo o en otro de los que Lacan describe para la tarea del control. Lo que se puede transmitir es una falta; algo que tiene relación con el deseo inconsciente, con su causa y con el goce enigmático correlato de lo real de la pulsión. El acto de transmisión que está en relación con el acto analítico en transferencia, es pasible de constatación en la sesión de análisis, en un control cuando puede desatarse la sutura que el punto ciego representa y también en el dispositivo del pase, cuando el pasador puede transmitir las vicisitudes de un deseo insobornable de analista cuya causa evidente es la pulsión. Es la estructura del discurso analítico la que habilita las condiciones para que un dicho, un lapsus, una escansión, una interpretación, pueda tener valor de acto analítico, permitiendo al sujeto encontrar su división como sujeto inconsciente, entre el saber que portan sus palabras  y el goce perdido que imagina poder recobrar al amparo del fantasma. Si este efecto se produce, el sujeto sabrá más sobre la falta que lo constituye como hablanteser. Es esto lo que es posible  transmitir en el análisis personal, en la clínica, en el control y en el pase.  La ética de la falta, lo real, lo imposible, la inexistencia de la relación sexual, marcan a ese acto como efecto de la apertura del inconsciente.

Adriana Casaretto

*(Trabajo presentado el 28-11-2009 en la Segunda Jornada de Psicoanálisis//Investigación de la Facultad de Psicología UBA. “El problema de la transmisión y los límites del lenguaje en la experiencia psicoanalítica” y  el 5-12-2009 en la Primera Jornada Anual de Causa Clínica).