En un análisis, una interpretación lograda se espera que haya tocado al Yo (moi), al
Ideal I (A) y al Fantasma fundamental ($ ◇a), construido en el trayecto del análisis, lo
que subvierte las relaciones del sujeto con lo real. Para esta operación se requiere de
un modo de funcionamiento de la palabra, que haga posible la resonancia de la
intervención orientada hacia los efectos interpretativos. La interpretación busca efectos de trasmutación en el goce, ese combustible del
síntoma al que intentamos hacerle perder su razón de ser. El analista se dirige a ese
discurso que escucha, para producir una operación de lectura, un corte que en su
mismo acto engendra lo Real y produce lo Inconsciente.
Lo Real es lo que permanece como el núcleo traumático, carozo del durazno/síntoma.
Considerado en su aspecto inatrapable, cual bolita de mercurio: cuanto más se la
quiere atrapar, más se escabulle, se desliza, se divide. Sin embargo, esas vicisitudes
sólo se verifican en el acto del querer atraparla, es decir se inauguran con ese toque.
Eso nodal que llamamos goce, es lo que se presenta en el más allá del principio del
placer, en la dimensión compulsiva de la repetición. No en la repetición, dimensión
simbólica del asunto de retorno de lo mismo, sino en su fuerza de empuje (Drang),
Real pulsional. Es ese no poder dejar de seguir ahí, en el padecer. Esa es la hiancia con
el pensamiento, cuyos efectos son corporales. En esa hiancia, litoral cuerpo y alma, la
pulsión. Pulsión entendida como eco en el cuerpo, del chasquido significante.
El goce es en sí mismo, no subsumible por el significante. No así las vestiduras
operativas que componen su envoltura. Las identificaciones, el fantasma, el Yo, son
susceptibles de ser leídos porque se dicen. Están hechos de palabras, es el punto frágil
del goce: no puede abrirse paso ni asestar su toque en el cuerpo sino a condición del
lenguaje. Sin embargo, los síntomas actuales se presentan en su gran mayoría, sin la
envoltura de sentido que los tornaría legibles. Hay padecer sin narración. Y es allí
donde se torna necesario construir una trama inexistente al inicio que aloje las
relaciones del sujeto con lo real.
Las operaciones de construcción e interpretación constituyen modos del decir que
engendran lo Icc. Eso es lo que se busca poner en juego para la interpretación. Y así, al
bies, asunto que otorga movilidad, incidir en algo de ese goce que dejaría, por un
instante, de ser mudo. Mudo núcleo escurridizo de un sufrimiento que no lograr
abrirse, al paso y a dejarse quedar atrás.
El soporte se llama deseo del analista. Habiendo hecho cuerpo en la experiencia de un
análisis, hace letra, marca singular, de lo que vino a jugarse como estúpido estribillo.
Referencias Bibliográficas
Freud S., Construcciones en el análisis. OC Amorrortu Editores Libro XXIII
Lacan J., Seminario X La angustia. Editorial Paidos.
Seminario XI Los cuatro conceptos fundamentales. Editorial Paidos.
Miller J.A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Editorial Paidos. 2003
Sutilezas analíticas. Editorial Paidos. 2010
Lamorgia O., (Y en el comienzo eran las construcciones), en Herejías del cuerpo. Letra
Viva.2002
Rabant C., Inventar lo real. Nueva Visión. 1996
Lic. Viviana Capisciolto - Lic. Oscar Lamorgia
LA CLÍNICA CON NIÑOS HOY
Estamos en una época en que todo es suma: analistas, futuros analizantes, padres,
niños, instituciones, todas atravesadas por el imperativo de “ser felices”. Se multiplican
los tratamientos que ofrecen respuestas fáciles y -sobre todo- rápidas. Estas soluciones
resultan sintomáticas y paradojales, pues dejan al sujeto sumido en el más profundo
desamparo.
La clínica actual nos enfrenta -como dice Eric Laurant- con “el niño contemporáneo”,
que está confrontado a diferentes formas de goce adictivo que, muchas veces, le
imposibilitan habitar el cuerpo y fijarlo en una imagen.
Ya no vienen a la consulta aquellos niños que se prestaban a desplegar sus fantasmas
en juegos inventados bajo transferencia, o a desplegar dibujos que hablaban de sus
fantasías que expresaban sus sufrimientos.
Hoy, el celular o la Tablet ocupan el centro de la escena, los videojuegos otorgan las
fantasías “prèt a portèr” anulando la singularidad creativa de cada niño.
Es frente a esto donde debe jugarse el deseo del analista; la apuesta del analista y el
capital que trae el niño son fundamentales para lograr el advenimiento de un sujeto y
la localización del Otro. Se trata de escuchar atentamente al niño y maniobrar en su
propia lengua sobre esos juegos virtuales para producir un corte.
Pero claro, es que en la clínica con niños no podemos ignorar la incidencia de los
padres, porque en la relación padres e hijos se pone en juego un real imposible de
soportar. Se trata de captar en el niño su relación con el Otro, para lo cual debemos vislumbrar
de qué disfruta esa familia y que goce está puesto en juego en relación al hijo a partir
de cómo se le transmitió lenguaje, el modo de hablar y los silencios que sumergen al
niño en la incomprensión, la cual es la clave fundamental para la intervención analítica,
pues esa incomprensión deja un agujero a llenar con ficciones.
Hoy estamos frente a lo que A. Fryd llama “Los niños amos”, niños que no soportan un
“no”, quieren todo inmediatamente, toman el mando de la economía de goce de la
familia y los padres se muestran impotentes para tomar las riendas de la organización
familiar. Pero esto no sucede sólo como consecuencia de la época, está sólidamente
vinculado a la historia fantasmática de cada uno de los padres que han instilado
significantes de sus propios traumas, por lo que en la clínica de “estos niños
contemporáneos” es imprescindible el trabajo con los padres para poder producir en
el niño la separación de esos significantes y que pueda armar sus propias ficciones.
Lic. Emilia Ruiz Martinez